Miedo a brillar
Gemma me tendió una posibilidad y un aligeramiento para mi espíritu. Me estaba permitido brillar. El hecho de brillar no tenía porqué estar peleado con la humildad.
Había muchas cosas que quedaban fuera de mi alcance por la mirada familiar, por ciertos mensajes de la sociedad… En éste caso, por el descrédito del arte, que no da dinero. Por tener que ser la mejor, por tener que ser estrella rutilante para poder estar ahí, en el escenario. ¿No os parece demasiado? ¿No resulta inalcanzable? ¿No os parece una limitación que al final es autoimpuesta?
De pequeños somos fantásticos, podemos con todo, entendemos el mundo.
Es cuando llegamos a la adultez que se nos impone el miedo. Dejamos de entender el mundo y nos creamos una cueva, un halo de protección infranqueable. Nos ponemos capas, como las de la cebolla pero férreas. Nuestros miedos se instalan. Los límites vitales de nuestros «padres«, antes que nos demos cuenta, ya forman parte de las estructuras del pensamiento.
Sabía de niña muchas cosas esenciales que olvidé.
La necesidad de ser fuera de mi familia y la responsabilidad que me ataba a su cuidado tenía que soltarlas. Ellos no me necesitaban y yo necesitaba salir. Entonces tejí otra relación, que mira tú por donde, casi era parental, la que mantuve con mi compañero y padre de mis hijas. Y esa relación fue necesaria en su momento, fue buena hasta que dejó de servirme porque me limitaba. Entonces un día me separé. Lo hice con un idea clara. Y supimos encontrar el camino, la forma para seguir comprometidos con cariño para la crianza de nuestras hijas.
Con la separación nos soltamos para aprendernos a nosotros mismos. Me separé con la valentía y el amor de la joven que deja su casa para ir a otro lugar y ser. Como ‘Nicky, la aprendiz de Bruja’.
En éste camino que elegí vivir desde mí misma, estoy entrando en contacto de nuevo con la ilusión y mi propósito de vida. Con alegría, disfrute, aprendiendo y también sabiendo aceptar el éxito, que me resulta más difícil que imponerme un fracaso que no es tal.
Para éste camino me acompañé bien; con lecturas, con mujeres increíbles y poderosas, con hombres despreocupados, con coaches como Gemma que regalan su sabiduría y acompañan… Y todo junto “fa brou”; es el caldo de cultivo para crecer y crear nuevas posibilidades.
Ahora sigo cultivando la generosidad, la compasión conmigo, he bajado mi nivel de exigencia para poder hacer, para no limitarme. Para estar en todo momento con todas mis ganas, con el centro de mi fuerza bien presente. Con la firme convicción que cada momento vivido no es bueno ni malo, es lo que es y hay que aceptarlo y ver qué huella te deja, cómo transforma tu visión y la completa.
Y ahora voy y me muestro. Muestro a veces con ironía, pongo sátira, dolor y humor a historias que son mías, de mi entorno, reales y que resultan cómicas por surreales… Y me subo al escenario, las cuento y miro al público y me quito la vergüenza y me hago herida abierta con una sonrisa, con una carcajada, para que riamos, para que aceptemos el error, la confusión y la falta de coherencia. Para que lo hagamos sin juicio; desde la identificación y sin sentido del ridículo. Y cada vez soy más fuerte, más valiente y soy con todas vosotras, amigas, y soy con mis amigos y en definitiva soy con las personas de mi entorno que son como células, orgánicas, dándome lugar y dándose lugar.
Aquí estoy, aquí estamos, con amor y dando también espacio para que aflore el dolor y acogerlo con ternura y con la certeza de que el tiempo, nos sacará finalmente una sonrisa comprensiva.
Nada Hernández,
madre, archivista, escritora, activista y cómica
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