Termina un mes de agosto marcado por la lentitud, el no hacer, el silencio, el sol, el agua y la contemplación.
Treinta y un días desconectada de las nuevas tecnologías dan para mucho, sobre todo para ralentizar la vida y verla pasar sintiendo sus sabores, sus olores, sus colores, sus texturas y sus sonidos.
Sí, dejar el movil a un lado durante un tiempo ha sido un regalo para todos mis sentidos. Una apuesta maravillosa. Una experiencia para sentir la vida y saborearla diferente.
¿A qué sabe la vida ahora?, ¿a qué huele?, ¿qué color tiene?, ¿cuál es su textura?, ¿y qué sonidos se escuchan?
Mi vida ahora sabe a agua recién caída del cielo. Huele a naturaleza, a tierra mojada. Su color es una puesta de sol suave y lenta. Tiene la textura de la corteza de un árbol centenario. Y sus sonidos son el cantar de los pájaros y las olas del mar.
Recuerdo que cuando era niña, durante los meses de julio y agosto el tiempo se detenía. Mis veranos en Portals Nous me parecían eternos; sin reloj, agenda, móvil ni tele.
Lo que más recuerdo de aquellos veranos era salir a la terraza a primera hora de la mañana a respirar el aire fresco y a escuchar los pajaritos de aquel tranquilo lugar. Es curioso, ya entonces experimentaba instantes de atención plena para conectar con el momento presente, con mi cuerpo y con la naturaleza.
Creo que nuestro cuerpo se merece que de vez en cuando nos detengamos para sentir y respirar conscientemente, que la naturaleza se merece nuestra atención y admiración, que las personas y los animales de nuestro entorno se merecen escucha y presencia, y que la vida se merece que paremos para poder observar todas sus posibilidades infinitas.
Si no paramos, ¿cómo vamos a contemplar todo lo que sucede a nuestro alrededor?
La inocente sonrisa de un niño, el vagabundo durmiendo en un banco, los árboles dispuestos a darnos sombra, la alegría de los amigos reunidos en un bar, los perros jugando con sus dueños, las flores abriéndose y regalándonos sus colores, los pájaros danzando en el cielo, los graciosos patos nadando, la mamá amamantando a su bebé, el sabor del pan recién hecho, los obreros trabajando a pleno sol del día, el curioso sonido del viento, el silencio de la noche, el olor del mar en calma, el sol calentando un nuevo día, el frescor del agua, las nubes dibujando formas creativas, el ruido de las olas, el padre hablando tranquilamente con su hijo, el color del cielo al atardecer, el fuerte ruido de los autobuses, los runners corriendo al anochecer, el aroma que deja una tormenta de verano, el amor de nuestros seres queridos, el tacto de nuestra propia piel…
¡Cuántas cosas podemos perdernos por no parar unos segundos!
¡Cuántas sensaciones podemos dejar de experimentar por no detenernos!
¡Cuánta naturaleza podemos obviar por no practicar la atención plena!
¡Cuántos instantes únicos y especiales podemos dejar de disfrutar por estar distraídos!
¡Cuántas personas podemos descuidar por estar abducidos por el movil!
Y sí, elijo instalarme de nuevo Facebook, Instagram y WhatsApp en mi iPhone.
Pero sobre todo, elijo volver a utilizar las nuevas tecnologías y disfrutar de ellas con mucha más consciencia para no distraerme tanto de la vida y poder saborearla como se merece.
Porque si algo he aprendido este caluroso mes de agosto, es que saber parar, además de un regalo, es siempre una elección.
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