La muerte es natural, como la vida

Hoy me he despertado con la noticia del fallecimiento del padre de una compañera de la infancia, una bonita amiga a la que quiero un montón y con la que compartí una etapa preciosa de nuestra vida, momentos llenos de risas, novedades y travesuras rodeadas de libros, pupitres y recreos.

Al enterarme, una emoción dolorosa, áspera y negra se ha apoderado de mi interior, en mi pecho he sentido el dolor de toda una familia, unas hijas entregadas que durante mucho tiempo han estado acompañando a su padre enfermo.

Sin poder evitarlo mi mente ha viajado en el tiempo y me he ido al mes de abril del año pasado, concretamente al 16 de abril que fue el día en el que mi madre voló eternamente. Igual que el padre de mi amiga, llevaba años nadando a contracorriente en un río bravo, tremendamente bravo.

Cierro los ojos y me veo a mi y a mis hermanas sosteniendo el dolor y el amor hacia mi madre. Cierro los ojos y puedo ver también a mi amiga y a su hermana sosteniendo una situación que en muchas ocasiones es insostenible. Cierro los ojos y siento una profunda admiración.

Esa primera emoción negra se ha convertido en color rosa pálido, ese rosa pastel que tienen las nubes de chucherías, suaves y ligeras. Ese dolor en mi pecho se ha transformado en admiración.

Qué color tan dulce tiene la admiración.

Y sonrío. Y me emociono. Y me doy cuenta de cuánto admiro a mi amiga. Y vuelvo a sonreír y a admirar a todas las personas que cada día acompañan y se despiden de sus papás y de sus mamás.

Y desde ese rosa pálido cargado de admiración vuelvo a recordar una vez más a mi madre.

Aquella madrugada de ese 16 de abril, cerré los ojos mientras apretaba su mano, ella sonreía guapísima y coqueta como siempre, tenía unas alas blancas enormes y le susurré “vuela, mamá, ¡VUELA!”. Y eso hizo, se alejó volando hasta que se hizo pequeñita y desapareció. En ese mismo instante abrí los ojos, en ese mismo instante, mi madre dejó de respirar.

En la vida el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Cuando aceptamos que la enfermedad y la muerte forman parte de este jueguecillo llamado vida podemos transformar nuestros colores interiores.

Cuando algo es inevitable, solo nos queda aceptar y amar. Y cuando aceptas desde tu corazón creces interior y espiritualmente.

Dicen algunas lenguas que nacemos simplemente para aprender a morir. ¡Qué misteriosa es la muerte! Yo estoy convencida que para aprender a vivir plenamente primero hay que aprender a morir.

Hoy más que nunca admiro profundamente a mi amiga, a toda su familia, a su padre.

Hoy más que nunca admiro profundamente a mis hermanas, a mi padre, me admiro a mí misma y admiro a mi madre.

Hoy más que nunca admiro profundamente al ser humano.

Un abrazo lleno de dulzura y amor.

Gemma

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