Desde que nacemos experimentamos pérdidas y procesos de duelo, lo hacemos sobre la marcha, sin herramientas, sin diálogos internos sanos, sin naturalidad, sin acariciar nuestra alma.
Desgraciadamente, la muerte es un tema tabú, y el vacío de la pérdida no se vive de forma natural, de ahí que haya tanto sufrimiento en torno a este tema.
El nacimiento y la muerte son dos caras de la misma moneda. Pienso que las personas acumulamos pérdidas no sanadas y que ésta es la mayor causa del sufrimiento humano.
La vida es transformación y la transformación conlleva en muchas ocasiones pérdidas: amistades distanciadas, pérdidas de salud, de juventud, económicas, cambios de trabajo, de compañeros, cambios de ciudad, hijos emancipados, rupturas sentimentales, fallecimientos….
Cierro los ojos y conecto con etapas de mi vida en las que sentí el dolor natural de una pérdida: cuando murió mi canario (yo era muy pequeña y descubrí la muerte gracias a él), cuando mi gatito desapareció (aprendí a gestionar la incertidumbre), cuando me fui a estudiar un año a Irlanda (sentí la separación de mis amigas, mis hermanas y mis padres durante un par de días, luego me sentí profundamente libre y capaz), al romper con mi primer amor (fui consciente de que todo llega y todo pasa), cuando murió un amigo muy joven (admiré su enorme fortaleza y la de toda su familia), cuando por fin me separé de mi primer marido (huí de una peligrosa cárcel), la separación de mi compañero de vida (me liberé al cerrar un ciclo desde el amor para seguir mi rumbo de forma más ligera y madura), cuando falleció mi abuelita (aprendí a recordar con una sonrisa momentos entrañables de mi infancia, su leche con galletas sabía especial y sus historias antes de dormirme eran mágicas), cuando el amoroso y guerrero corazón de Myriam, amiga y clienta, dejó de latir (qué presente tengo a esta mujer, lee aquí el post que le dediqué), cuando mi madre voló eternamente (aprendí a acompañarla en el último tramo de su larga enfermedad desde la consciencia, el amor, la aceptación y la plenitud, le contaba cuentos de Jorge Bucay y historias llenas de sabiduría llenas de moralejas, humanidad y bondad, ¡le encantaban!), cuando mi hijo se fue a vivir a Barcelona (convertí su ilusión en mi ilusión), la pérdida de salud de mi hija (la viví desde la ilusión, la espiritualidad y el amor), el fallecimiento repentino del padre de mis hijos (cuántos recuerdos y emociones brotaron de nuevo)
Todas estas pérdidas marcaron un antes y un después en mí. Cada una de ellas las viví de un modo distinto, especial y único. Cada duelo tuvo una duración diferente; minutos, horas, días o semanas… y cada uno de mis seres queridos fueron mis maestros. Me enseñaron a valorar la vida y, por lo tanto, a vivir con más plenitud.
La pérdida de un ser querido es una maravillosa oportunidad para profundizar en nuestra alma y utilizar el dolor a nuestro favor, para compartir el amor y para unirnos más a los demás.
Cada persona que vuela alto es un maestro que nos enseña el camino. Todos estamos en el mismo sendero y vamos hacia la misma dirección.
Comprender que el gran vacío que nos deja la persona que se va forma parte de nuestra ruta de vida es avanzar en el proceso de duelo para aceptar y liberarnos, porque ante el dolor de una pérdida solo existe un antídoto posible: el Amor.
El Amor es comprender, sentir el dolor, expresar, hablar, escuchar, dar permiso, llorar, desahogarse, soltar, perdonar, fluir, reconciliar, aceptar y liberar.
Un proceso natural de duelo pasa por 5 fases de forma aleatoria, sin orden, sin tiempos, sin reglas, sin patrones.
Recuerda que cada persona necesita vivirlo a su manera, jamás juzgues a alguien por cómo vive su duelo. Respeta sus tiempos, sean largos o cortos.
Estas son las 5 fases de un proceso de duelo:
Fase Negación, nuestra mente niega la realidad para no sentir tanto el dolor.
Fase Negociación, pensamos en lo que podríamos haber hecho o dicho diferente. (¿Y si hubiera….?)
Fase Ira, sentimos rabia y nos enfadamos con la vida, con el mundo, con la persona que se ha ido y con nosotras mismas.
Fase Depresión, sentimos el profundo vacío de la pérdida, tristeza, desolación, resistencia, sufrimiento, dolor en el alma y vacío existencial.
Fase Aceptación, nos rendimos ante la impermanencia de la vida, fluimos, nos liberamos, amamos a quien se ha ido, a los demás y nos amamos a nosotras mismas. Recuperamos poco a poco la ilusión y la alegría. Comprendemos y valoramos la vida.
Comparto contigo esta reflexión sobre el arte de vivir y, en consecuencia, de saber morir de Elisabeth Kübler-Ross.
«No tendrás otra vida como ésta. Nunca volverás a desempeñar este papel y experimentar esta vida tal como se te ha dado. Nunca volverás a experimentar el mundo como en esta vida, en esta serie de circunstancias concretas, con estos padres, hijos y familiares. Nunca tendrás los mismos amigos otra vez. Nunca experimentarás de nuevo la tierra en este tiempo con todas sus maravillas. No esperes para echar una última mirada al océano, al cielo, las estrellas o a un ser querido. Ve a verlo ahora»
Mujer inquieta, cierra los ojos, respira profundamente e imagina que cada una de tus pérdidas es un globo lleno de amor que vuela libre y se eleva hacia el infinito.
Siente tu esencia, escucha tu corazón y acaricia tu alma.
Con amor ♥
Gemma
PD1. He escrito este post inspirada en el curso de duelo Una caricia para el alma, que recientemente he creado e impartido a los profesionales de Son Tugores y Son Llebre. Un equipo profundamente humano y lleno de vida.
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